¿Por que el Coyote nunca pilla al Correcaminos?


Mi personaje favorito del mundo de la televisión siempre ha sido el Coyote...llegué a llorar de risa con él jejeje...y siempre esperaba ese capítulo final en el que por fin cazaba al _ _ _ _ _ _ del Correcaminos de una forma muy ingeniosa y se lo metía entre pecho y espalda, ¡salud!.
Acabo de leer "El Viaje a la Felicidad" y creo atisbar cierta lógica en la vida aparentemente desgraciada de mi héroe. El libro concluye con una fórmula "matemática" de la felicidad donde no hace otra cosa que poner en el numerador todo aquello que cree que favorece la felicidad y en el denominador lo que te aleja de ella. Resumiendo: la felicidad es E(M+B+P) / (R+C). Siendo E:emoción, M:la atención al detalle, B: disfrute de búsqueda, P: relaciones personales, R:factores reductores y C: carga heredada. (en post posteriores podríamos ahondar en cada una de ellas).
Si aplicamos esta fórmula al Coyote, observaremos que la búsqueda de nuevos inventos, el objetivo de caza, la atención al detalle y sobre todo la emoción que tiene en cada nueva aventura son valores elevados. Por tanto, creo llegar a la conclusión de que el Coyote no pilla al Correcaminos porque es feliz tratando de alcanzarle.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno Ramón. Más aun la foto. Creo que los tiros van por ahí. Realmente el coyote disfruta en el intento de cazarlo, es su meta pero... ¿qué le queda si la alcanza? Perder la ilusión, eso sería quitarle la salsa a la vida. Todos tenemos un coyote dentro y nos ilusionan las cosas, esas cosas so0n el correcaminos. En cuanto las alcanzamos buscamos metas nuevas y volvemos a correr tras ellas.

Ramón dijo...

He visto en Internet un artículo firmado por Liam O'neill que hace una reflexión acerca de la existencia del Coyote....


"El Coyote o, para usar su nombre completo, Wile E. Coyote, es una de los personajes más conmovedores creados por Chuck Jones. A diferencia de sus otros malos, como el Pato Lucas -que se deleita en el placer de incordiar a sus semejantes- o Elmer -que mata por afición, o al menos lo intenta- el Coyote lo que quiere es comer.

En el fondo se trata de una víctima trágica. La arrogancia, auténtica chulería, del Correcaminos -que se comporta más como verdugo que como víctima- hará que cuando por fin el Coyote lo atrape y se lo zampe, muchos respiremos aliviados.

Pero como todos los personajes trágicos, desde el tiempo de Eurípides, el Coyote tiene un defecto fundamental de carácter: su problema es no saber reconocer su derrota a tiempo. Como dice Chuck Jones, "el único enemigo del Coyote es su abrumadora terquedad. Como todos nosotros en al menos algunas ocasiones, persiste en un curso de acción mucho tiempo después de haber olvidado sus razones originales para haberlo adoptado ". El astuto carnívoro predador se ha convertido en fanático irreflexivo.

La mayoría de las frustraciones del personaje provienen de su relación con la tecnología. Ante una presa infinitamente más veloz, tiene que echar mano del tradicional ingenio de los de su especie para idear métodos a cual más creativos para atrapar al maldito pajarraco. Sus trampas a base de dinamita, poleas o señuelos suelen ser absolutamente lógicas y racionales. Si, por ejemplo, tu presa alcanza velocidades vertiginosas, parece inevitable buscar una solución que pase por el método tecnológico de aumentar tu propia velocidad -por ejemplo, ponerte patines y atarte a la espalda un cohete gigante marca Acme (proveyéndote, claro está, de gafas y casco, la seguridad ante todo). En ocasiones sus estratagemas rozan la genialidad, como cuando ha pintado un túnel simulado en la superficie de la pared rocosa, con carretera y punto de fuga incluido para lograr un impecable efecto de realidad virtual, con el fin de que su víctima se estampe contra la roca. Son planes que no tendrían que fallar.

Las soluciones del Coyote son un remedo de los intentos del ser humano por hacer frente a su propio medio hostil, desde tiempos remotos hasta nuestros días. De hecho parte de la gracia del personaje reside en que la tecnología que adopta es la nuestra: la empresa Acme le proporciona todo tipo de artilugios tecnológicos que nos son plenamente familiares, desde un tirachinas (gigante, eso sí) hasta las interminables cajas de dinamita que nuestro héroe recibe por correo regularmente.

Pero las cosas fallan. Los designios más perfectos resultan patéticamente insuficientes. El universo parece confabularse con el Correcaminos para frustrar al pobre y hambriento Coyote.

La forma en que se tuercen los planes es absurda e inexplicable. La realidad se comporta como no tendría que comportarse. El Correcaminos entra por el túnel pintado en la pared, desafiando las leyes de la naturaleza y de la lógica (las cosas vuelven a su orden cuando el Coyote intenta hacer lo mismo y se estampa). Hasta la misma gravedad -sobre todo la gravedad- actúa de forma caprichosa cuando los planes del Coyote están en juego.

Pero el problema nunca es la naturaleza en sí, sino sino la forma patética en que la tecnología, diseñada para controlar o canalizar las leyes del universo, no cumple su función. La dinamita estalla cuando no debe, el cohete atado en la espalda se vuelve incontrolable. La roca -manejada por principios de la física tan elementales e indiscutibles como la polea o la palanca- no cae hasta que el Coyote se pone debajo para inspeccionarla.

Cuando las cosas no funcionan como deberían, la relación del Coyote con la tecnología nos es plenamente familiar. A todos nos ha sucedido: un disco duro que se estropea en el peor momento, un fallo absurdo e inexplicable del software o el hardware del que dependen meses de nuestro trabajo, un artilugio que casca nada más agotarse la garantía, un aparato o un programa perfecto que no podía fallar -pero que falla. (La NASA sabe lo que es adentrarse en el territorio del Coyote.) Incluso el Macintosh, una tecnología amigable y fiable donde las haya, parece fallar sólo cuando más nos puede fastidiar. Como la dinamita Acme.

En el fondo el Coyote nos da risa porque somos como él, y sus experiencias son las nuestras. Todos somos Wile E. Coyote cuando se trata de enfrentarnos con la tecnología."

Anónimo dijo...

Pues que queréis que os diga, si yo fuera el coyote ya me habría merendado al correcorre ése; ¿como que entonces se acabaría la ilusión? El mundo está lleno de coyotes y de correcaminos, lo importante es no confundirlos. Y mucho más importante es mantener la ilusión por vivir y disfrutar de la vida, incluso a estas horas. Un abrazo para mis amigos.